jueves, 11 de julio de 2019


LOS CONDENADOS DE ANANEA

Una vez, hace mucho tiempo, me contó un amigo e inicio su relato así… “Un grupo de jóvenes fuimos a catear una mina en el nevado de Ananea… En mi afán de conseguir lo que tanto ansiábamos me separé del grupo y me perdí.
Aunque de lejos esta ciudad Ananea parece llana, llegando a sus faldas se ve que tiene profundos precipicios, elevaciones, grutas, grietas… me quedé extasiado con tanta belleza de figuritas que se formaban entre el hielo, la nieve y las rocas… Todo me parecía tan hermoso, que dejé de pensar en mis amigos y estaba extasiado con ese mundo de ensueños hecho de hielo, nieve y piedra. El viento de los nevados me despertó de mi arrobamientos e inicie la búsqueda de mis compañeros;… De pronto escuchaba en el viento como un lamento que poco a poco se hacía más fuerte. Para darme fuerzas me dije a mi mismo:” “Es el viento no pueden ser lamentos…. Es el viento pero; el ulular se hacía cada vez  más fuerte, más audibles y ya no parecía solo el viento.

Eran lamentos, desgarrados, muy tristes. Los mineros estamos acostumbrados a todo, por eso no me dio mucho miedo, pero la verdad tenía un poco de temor, no sé porque. De pronto, caminando me encontré frente a una hondonada agreste formada por rocas y hielo parecía un profundo ruedo de toros. De allí salían los lamentos. “Es el viento” me volvía a repetir para darme ánimos. Pero no era el viento. Me esforcé para ver y escuchar mejor; y lo que vi me llenó de pavor. En el fondo había unos seres que se aferraban a las piedras y al hielo pretendiendo salir del foso, Avanzaban… resbalaban.. y caían; y volvían en su intento una y otra vez. Eran seres esqueléticos cadavéricos, cubiertos de andrajos. Esa visión aterradora vaga aun en mis recuerdos y algunas veces tiemblo a su solo recuerdo, porque ha sido lo más tétrico que he visto, oído y sentido en mi vida.
Esa combinación de lamentos angustiosos y la desesperación de esos entes por querer ganar la altura y en dos intentos cada vez fallidos y su terca persistencia para nuevamente reiniciar el intento ululando… aullando… gimiendo a cada instante sin descanso.
No sé cómo me veía nuevamente integrado a mi grupo. Me habían encontrado vagando, casi enloquesido, con las carnes desgarradas arañadas por el hielo y las rocas, con los ojos desorbitados, el pelo desgreñado, con la ropa hecha girones, pronunciando gritos indescifrables tarde mucho en recuperarme. Aquella visión me atormentaba de noche y de día, aún persiste en los rincones de mi memoria lo que sentí aquellos momentos de los que los cuento. Con el paso del tiempo supe, por los abuelos, del pueblo que en ANANEA y en todos los nevados están los condenados, que buscan salir de sus prisiones y a llegar a cualquier costo hasta en cumbre del Apu. Subiendo, cayendo, volviendo a subir, volviendo a caer sin descanso día y noche en lluvia, viendo sol, en las nevadas, y en las heladas. Siempre buscando llegar hasta la cumbre, con sus lamentos, sus quejas que desgarran sus almas. Hasta que algún día, algunos llegan a coronar la cumbre. Ese día Dios y los Apus los perdonan sus pecados, y esos condenados que son almas penitentes, recién descansan en paz. Si. Hay condenados en Ananea pero no se meten con los vivos, no hace mal a nadie, lo único que buscan es purgar sus pecados. Para esos hacen penitencia de subir desde las profundidades hasta la punta del nevado. Da un poco de miedo cuando está solo, pero los condenados que hay en Ananea y en todos los nevados no hacen daño a nadie; si entre la nieve escuchas algún lamento, algo que parece una queja, puede ser el viento… o puede ser un condenado que está buscando descansar en paz.
Autor: Edwing Valencia Chacón


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