domingo, 14 de julio de 2019


EL CHINCHILICO
La Rinconada, Puno, principal centro minero aurífero, donde puede ser tangible la prosperidad, pero, también el frasco o la muerte. Se encuentra al sureste de la Cordillera Occidental, a 5400 m.s.n.m. en cuyo fondo se observa a La Bella Durmiente o Auichita que reposa encantadora en el glaciar perpetuo. Hoy tiene aproximadamente unos 45,000 habitantes. Aquí, podemos encontrar a gente de toda calaña: moral, social, religioso; inclusive, lingüístico. Está a 180 Km de Juliaca, es decir, unas tres horas de viaje en camioneta rural H1.
Aquí, todavía es como la creencia y la práctica de rituales y costumbres milenarios. Es asi que, los trabajadores mineros de estos lares vinculan, a veces, su prospera actividad minera a la generosidad o favor de los dioses del oro: “la Aucha”, “El Chinchilico, la “Pachamama”, o “Apus”. En cuyas manos se abandonan sumisamente y rinden la pleitesía ciega. Dicen los lugareños que son El Ehinchilico y la Aucha los auténticos dueños del metal precioso.
Quienes insisten haber visto al famoso Chinchilico, lo describen como a un pequeño hombrecillo de cuernos brillantes, vivaracho, alegre, de nariz corva, ojillos hundidos y vidriosos. Su voz es grave y ronca, nada concordante con su estatura. Viste lujoso y reluciente atuendo minero, algo entallado. Lleva casco blanco de protección, de esos cascos clásicos de los ingenieros. Porta consigo algunas herramientas primordiales, así, el barreno de oro, por ejemplo. Es burlón y bromista. Le encanta fastidiar a los mineros que descansan plácidamente después de una jornada agotadora de trabajo; lanzándoles piedrecillas en la cabeza o escondiéndole sus prendas, herramientas o cualquier otra pertenencia. Algunas veces, se vale del sueño, en otras mediante potentes silbidos o a través que cualquier otro medio, advierte peligros inminentes a los mineros de su simpatía. Dicen, que es responsable del agotamiento, la pérdida o el cambio de sentido en una veta.
Muchos, cuentan afirmando haber sentido la presencia de este maravilloso personaje en los profundos y tenebrosos socavones, especialmente en la obscuras medias noches de plenilunio. Le han atribuido poderes mágicos e ilimitados, así como la propiedad absoluta de la riqueza codiciada. Dicen, que puede entorpecer o endurecer la jornada a manera de castigo o facilitar ablandando y haciendo visible las vetas del mineral. Castiga drásticamente a las personas que incumplen los acuerdos pactados.
Refieren que, numerosos son los mineros que sueñan, día y noche, en el pacto con el Chinchilico. Y, todo el mundo comenta en La Rinconada que muchas son las personas que por esa vía han logrado, de un día para otro, inexplicablemente, encontrar abundante oro, bastante mineral, arrobas del preciado metal.
Así, cuenta la gente que cierta noche, allá por la década de los setenta, cuando el General Velazco, Presidente de la República, echaba de estas tierras a los extranjeros que al puro estilo de Pedro en su casa, saqueaban los recursos mineros de la provincia. Fue “Winchico”, uno de esos veteranos e imprudentes mineros, cuyo verdadero nombre se pierde en la oscuridad de los tiempos. Tras haber trabajado desde muy joven en los enigmáticos socavones de las minas La Rinconada. Pero que, en décadas, nunca se había cruzado por la mente: urdir un plancito para atrapar al dueño y amo del oro. Ninguna experiencia, jamás, nada en especial que le haya ocurrido y llamado su atención en el gélido túnel. Claro que había escuchado cientos de esos graciosos cuentos de Chinchilico que revolotean  en el ambiente minero. “¡Cuentos son cuentos!”, se decía para sí, complacido.
https://www.youtube.com/watch?v=O4wOym9E0fM

Pero, aquella noche, “Winchico”, el felíz minero, atiborrado de alcohol, cigarrillo y coca, con lámpara en carburo en mano, el imprescindible barreno, el martillo y demás implementos de minero se dirigió obsesionado por el interior de la Mina Buena Fortuna. Quizá, quien sabe pues, esta vez, su exaltada ambición, sería “kilear” en la nocturna jornada de cachorreo,… Al rato, emprendió con delirio indescriptible a chancar y chancar la dura roca; es decir, hacer el taladro manual artesanal. ¡Toda la interminable noche! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!
La madrigada huía rápido como un ave nocturna. En eso, cuentan que, de un momento a otro, cuando nuestro protagonista ya muy agotado e desilusionado, apenas aporreaba la endurecida roca. Escuchó entonces, primero sorprendido, luego aterrado, que en el interior de la misteriosa roca; golpeaba dos, tres o cuatro veces, adentro, retumbaba igual número de golpes. Se parecía a un eco, pero, su larga experiencia a nuestro personaje le decía, con toda seguridad de que no era ningún eco.
Entonces, invadido por el terror quedó mudo y paralizado. Después, respiró hondo y simuló secarse con el sucio guante que llevaba puesto, el abundante sudor que le bañaba la frente temblorosa. Así pues, empezó a cuestionarse a sí mismo. Qué es lo que estaba pasando. Miles de conjeturas, rápidas y borrosas pasaron por su aturdida mente, pero, por más esfuerzo que hacía, no ograba concentrarse, menos explicarse. “¡¡Ufffprprprrr!!” ¿Chasu mare!!” Resopló sofocado y profundo, como un caballo después de haber corrido leguas de abrupta puna.
Enseguida, como abnegado minero que era, se dijo para sus adentros: “¡Qué me ocurre, carajo!” “¡¡Dios santo!!” “¡¡Y, ahora, qué hago!!” “¡Quéee háaago!” Repitiéndose, una y otra vez.
Después, rápidamente, agarro un cartucho, el fulminante y la guía correspondiente, y, empezó a cargar como previniendo su defensa, por si algo grave le ocurriera. Cuando todo quedó preparado y listo para encender y tirarlo. En eso, casi en un santiamén, se abrió la roca que, minutos antes había golpeado insistentemente; una gran puerta plateada, en cuyo fondo  centelleaban  las luminiscentes paredes de cristal. El pobre minero se quedó fascinado y perplejo, por un instante. Aterrorizado se dijo: “¡¡qué mierda sucede!!” “¡¡Carajo, puta madre!!” “¿estoy soñando?” “¿o… qué mierda?” Susurro boquiabierto. De pronto, aun movimiento leve del cuerpo, se tropezó de lleno con un hombrecillo radiante, era el venerable Chinchilico. Estaba ahí, firme, resuelto, y, desafiante. Vestido elegantemente de amarillo reluciente. Tría una de sus manos una diminuta lámpara hermosa, sería de puro oro, pues. Luego, éste pequeño pero simpático personaje, dirigiéndose al tembleque minero le dijo: “¡¡!Winchico, me llamaste… y, aquí estoy!!”
“¡Sabes que, no te asustes amigo, hace tiempo que yo también pretendo conversar contigo!”. Entonces, en minero, fuera de sí y presa de horror instintivamente, encendió el cartucho y lo aventó a quemarropa al intruso duendecillo, según él en defensa legítima de su propia vida. Y en seguida profiriendo alaridos espantosos emprendió una carrera demencial a lo largo del profundo socavón, como si hubiera visto al mismísimo diablo. Gritaba y gritaba mientras corría.
Una vez afuera, el moribundo hombre estaba completamente ensangrentado y lleno de hinchazones. Parecía un condenado. Todavía sangraba profusamente por la boca y las narices. Convulsionaba horrible, como poseído por el diablo, a ratos. Se arrastraba penosamente en momentos. Intentaba ponerse de pie, luego se tambaleaba como un borracho y volvía a caerse. Convulsionaba, se arrastraba, intentaba levantarse, se tambaleaba y volvía a caerse. Era un triste espectáculo.
La gente, los carretilleros que siempre están deambulando  ahí, y otras personas que pululan en la bocamina lo acorralaron y detenido al pobre hombre. Alguien del kontón con una voz conocida pero afligida aproximándose, preguntó: “¿Qué te pasa hermanito?” “¿Qué te han hecho?” “¿Quiénes son?”. A lo que respondió espantado “¡Hay un enano en la mina!” “¡Me persigue!” “¡Me persigue!” “¡Me va matar!” “¡Me va matar!”. Diciendo esto intentó zafarse de sus captores, seguramente para seguir corriendo, no se sabe a dónde. Gritaba y gritaba en momentos, se reía como un loco endemoniado “Ja, ja, ja, jajajajajaja” el pobre infeliz había enloquecido.
De pronto , retumbó estrepitoso, nítido y prolongado en la atmosfera sombría de la madrugada: ¡Kikirikiiiiiiiiii! Canto absurdo de algún gallito mañanero. Se escuchó por dos veces más. Winchico despertó en loquísimo y cual resorte saltó húmedo camastro. Enseguida, sosegándose un poco, levantó los ojos desorbitados al techo y murmuró llorando: “¡Oh, señor, y gracias! ¡muuuchas gracias!”… Afortunadamente, sólo había sido una amarga pesadilla como lña vida misma de miles de mineros.
Autor: Len Ernesto Condori Nuñes


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