EL CHINCHILICO
La Rinconada, Puno, principal centro
minero aurífero, donde puede ser tangible la prosperidad, pero, también el
frasco o la muerte. Se encuentra al sureste de la Cordillera Occidental, a 5400
m.s.n.m. en cuyo fondo se observa a La Bella Durmiente o Auichita que reposa
encantadora en el glaciar perpetuo. Hoy tiene aproximadamente unos 45,000
habitantes. Aquí, podemos encontrar a gente de toda calaña: moral, social,
religioso; inclusive, lingüístico. Está a 180 Km de Juliaca, es decir, unas
tres horas de viaje en camioneta rural H1.
Aquí, todavía es como la creencia y la
práctica de rituales y costumbres milenarios. Es asi que, los trabajadores
mineros de estos lares vinculan, a veces, su prospera actividad minera a la
generosidad o favor de los dioses del oro: “la Aucha”, “El Chinchilico, la
“Pachamama”, o “Apus”. En cuyas manos se abandonan sumisamente y rinden la
pleitesía ciega. Dicen los lugareños que son El Ehinchilico y la Aucha los
auténticos dueños del metal precioso.
Quienes insisten haber visto al famoso Chinchilico,
lo describen como a un pequeño hombrecillo de cuernos brillantes, vivaracho,
alegre, de nariz corva, ojillos hundidos y vidriosos. Su voz es grave y ronca,
nada concordante con su estatura. Viste lujoso y reluciente atuendo minero, algo
entallado. Lleva casco blanco de protección, de esos cascos clásicos de los
ingenieros. Porta consigo algunas herramientas primordiales, así, el barreno de
oro, por ejemplo. Es burlón y bromista. Le encanta fastidiar a los mineros que descansan
plácidamente después de una jornada agotadora de trabajo; lanzándoles piedrecillas
en la cabeza o escondiéndole sus prendas, herramientas o cualquier otra pertenencia.
Algunas veces, se vale del sueño, en otras mediante potentes silbidos o a
través que cualquier otro medio, advierte peligros inminentes a los mineros de
su simpatía. Dicen, que es responsable del agotamiento, la pérdida o el cambio
de sentido en una veta.
Muchos, cuentan afirmando haber sentido
la presencia de este maravilloso personaje en los profundos y tenebrosos
socavones, especialmente en la obscuras medias noches de plenilunio. Le han
atribuido poderes mágicos e ilimitados, así como la propiedad absoluta de la
riqueza codiciada. Dicen, que puede entorpecer o endurecer la jornada a manera
de castigo o facilitar ablandando y haciendo visible las vetas del mineral.
Castiga drásticamente a las personas que incumplen los acuerdos pactados.
Refieren que, numerosos son los mineros
que sueñan, día y noche, en el pacto con el Chinchilico. Y, todo el mundo
comenta en La Rinconada que muchas son las personas que por esa vía han logrado,
de un día para otro, inexplicablemente, encontrar abundante oro, bastante
mineral, arrobas del preciado metal.
Así, cuenta la gente que cierta noche,
allá por la década de los setenta, cuando el General Velazco, Presidente de la
República, echaba de estas tierras a los extranjeros que al puro estilo de
Pedro en su casa, saqueaban los recursos mineros de la provincia. Fue
“Winchico”, uno de esos veteranos e imprudentes mineros, cuyo verdadero nombre
se pierde en la oscuridad de los tiempos. Tras haber trabajado desde muy joven
en los enigmáticos socavones de las minas La Rinconada. Pero que, en décadas,
nunca se había cruzado por la mente: urdir un plancito para atrapar al dueño y
amo del oro. Ninguna experiencia, jamás, nada en especial que le haya ocurrido
y llamado su atención en el gélido túnel. Claro que había escuchado cientos de
esos graciosos cuentos de Chinchilico que revolotean en el ambiente minero. “¡Cuentos son
cuentos!”, se decía para sí, complacido.
https://www.youtube.com/watch?v=O4wOym9E0fM
Pero, aquella noche, “Winchico”, el felíz
minero, atiborrado de alcohol, cigarrillo y coca, con lámpara en carburo en
mano, el imprescindible barreno, el martillo y demás implementos de minero se
dirigió obsesionado por el interior de la Mina Buena Fortuna. Quizá, quien sabe
pues, esta vez, su exaltada ambición, sería “kilear” en la nocturna jornada de
cachorreo,… Al rato, emprendió con delirio indescriptible a chancar y chancar
la dura roca; es decir, hacer el taladro manual artesanal. ¡Toda la
interminable noche! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!
La madrigada huía rápido como un ave
nocturna. En eso, cuentan que, de un momento a otro, cuando nuestro
protagonista ya muy agotado e desilusionado, apenas aporreaba la endurecida
roca. Escuchó entonces, primero sorprendido, luego aterrado, que en el interior
de la misteriosa roca; golpeaba dos, tres o cuatro veces, adentro, retumbaba
igual número de golpes. Se parecía a un eco, pero, su larga experiencia a
nuestro personaje le decía, con toda seguridad de que no era ningún eco.
Entonces, invadido por el terror quedó
mudo y paralizado. Después, respiró hondo y simuló secarse con el sucio guante
que llevaba puesto, el abundante sudor que le bañaba la frente temblorosa. Así
pues, empezó a cuestionarse a sí mismo. Qué es lo que estaba pasando. Miles de
conjeturas, rápidas y borrosas pasaron por su aturdida mente, pero, por más
esfuerzo que hacía, no ograba concentrarse, menos explicarse.
“¡¡Ufffprprprrr!!” ¿Chasu mare!!” Resopló sofocado y profundo, como un caballo
después de haber corrido leguas de abrupta puna.
Enseguida, como abnegado minero que era,
se dijo para sus adentros: “¡Qué me ocurre, carajo!” “¡¡Dios santo!!” “¡¡Y,
ahora, qué hago!!” “¡Quéee háaago!” Repitiéndose, una y otra vez.
Después, rápidamente, agarro un
cartucho, el fulminante y la guía correspondiente, y, empezó a cargar como
previniendo su defensa, por si algo grave le ocurriera. Cuando todo quedó
preparado y listo para encender y tirarlo. En eso, casi en un santiamén, se
abrió la roca que, minutos antes había golpeado insistentemente; una gran
puerta plateada, en cuyo fondo
centelleaban las luminiscentes
paredes de cristal. El pobre minero se quedó fascinado y perplejo, por un
instante. Aterrorizado se dijo: “¡¡qué mierda sucede!!” “¡¡Carajo, puta
madre!!” “¿estoy soñando?” “¿o… qué mierda?” Susurro boquiabierto. De pronto,
aun movimiento leve del cuerpo, se tropezó de lleno con un hombrecillo
radiante, era el venerable Chinchilico. Estaba ahí, firme, resuelto, y, desafiante.
Vestido elegantemente de amarillo reluciente. Tría una de sus manos una
diminuta lámpara hermosa, sería de puro oro, pues. Luego, éste pequeño pero
simpático personaje, dirigiéndose al tembleque minero le dijo: “¡¡!Winchico, me
llamaste… y, aquí estoy!!”
“¡Sabes que, no te asustes amigo, hace
tiempo que yo también pretendo conversar contigo!”. Entonces, en minero, fuera
de sí y presa de horror instintivamente, encendió el cartucho y lo aventó a
quemarropa al intruso duendecillo, según él en defensa legítima de su propia
vida. Y en seguida profiriendo alaridos espantosos emprendió una carrera
demencial a lo largo del profundo socavón, como si hubiera visto al mismísimo
diablo. Gritaba y gritaba mientras corría.
Una vez afuera, el moribundo hombre
estaba completamente ensangrentado y lleno de hinchazones. Parecía un
condenado. Todavía sangraba profusamente por la boca y las narices.
Convulsionaba horrible, como poseído por el diablo, a ratos. Se arrastraba
penosamente en momentos. Intentaba ponerse de pie, luego se tambaleaba como un
borracho y volvía a caerse. Convulsionaba, se arrastraba, intentaba levantarse,
se tambaleaba y volvía a caerse. Era un triste espectáculo.
La gente, los carretilleros que siempre
están deambulando ahí, y otras personas
que pululan en la bocamina lo acorralaron y detenido al pobre hombre. Alguien
del kontón con una voz conocida pero afligida aproximándose, preguntó: “¿Qué te
pasa hermanito?” “¿Qué te han hecho?” “¿Quiénes son?”. A lo que respondió
espantado “¡Hay un enano en la mina!” “¡Me persigue!” “¡Me persigue!” “¡Me va
matar!” “¡Me va matar!”. Diciendo esto intentó zafarse de sus captores,
seguramente para seguir corriendo, no se sabe a dónde. Gritaba y gritaba en
momentos, se reía como un loco endemoniado “Ja, ja, ja, jajajajajaja” el pobre
infeliz había enloquecido.
De pronto , retumbó estrepitoso, nítido
y prolongado en la atmosfera sombría de la madrugada: ¡Kikirikiiiiiiiiii! Canto
absurdo de algún gallito mañanero. Se escuchó por dos veces más. Winchico
despertó en loquísimo y cual resorte saltó húmedo camastro. Enseguida,
sosegándose un poco, levantó los ojos desorbitados al techo y murmuró llorando:
“¡Oh, señor, y gracias! ¡muuuchas gracias!”… Afortunadamente, sólo había sido
una amarga pesadilla como lña vida misma de miles de mineros.
Autor: Len Ernesto Condori Nuñes